miércoles, 8 de agosto de 2012

Amiga



Bienaventurada compañía, que en los lúgubres momentos apareciste como predestinada estrella que habría de velar mis acciones: inequívocas transformadas han sido.

He de agradecerte tu estadía junto a mí. No fuiste cosa banal, cual objeto desechable nuestra era considera, sino ese impulso majestuoso y auténtico cuyo infinito de probabilidades abriste en mí. Potencializaste toda particularidad intrascendente permitiéndome ver un gris otoñal transfigurado en un verde primaveral, esperanzado, hambriento de vivir y de conocer.

No eres sino el más deseable tesoro que uno añora encontrar. Disfrutar tu presencia es la mera divinidad, el cielo terrenal, el reino encontrado. Una sola palabra reconforta el más mínimo sentimiento amagado.

Vivir a tu lado ha sido mi más entrañable vocación: yo para ti, tú para mí.

Encuéntrome, pues, descubriendo ese horizonte que no me abandona y que redirecciona mi mal transitar, dándole así a mi vida una plenitud que no encontraré jamás.

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